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miércoles, 26 de febrero de 2014

Expresiones desde la Historia

A cada cerdo le llega su sanmartín: No hay persona a la que no le llegue el momento de padecimiento. El origen de este proverbio tiene relación con la fecha del 11 de noviembre, día en que se celebra la festividad de San Martín de Tours, taumaturgo y milagrero francés, elegido por sorteo patrono de la ciudad de Buenos Aires. Ese día, con motivo de la celebración, la tradición indicaba que se comiera cerdo. Otra versión, afirma que «sanmartín» era el nombre dado a cierto cuchillo que se usaba para trocear a los cerdos. En cualquiera de los casos, la palabra “sanmartín” se escribe con minúscula inicial por tratarse de un sustantivo común y así aparece en todos los diccionarios.
A río revuelto, ganancia de pescadores: Cuando se viven momentos de inquietud y zozobra, siempre hay alguien que se beneficia. La expresión reproduce la situación real de los pescadores que, cuando comprueban que el agua produce movimientos bruscos, saben que se les facilitará la pesca.
¡Adelante con los faroles!: Originariamente, la expresión completa habría sido ¡Adelante con los faroles, que atrás vienen los cargadores!, al parecer, relacionada con las antiguas procesiones religiosas, en las que era usada a manera de estímulo para que los encargados de transportar faroles, antorchas y cirios -que precedían a los que llevaban las imágenes (cargadores)- no cejaran en su esfuerzo.
Ahí le aprieta el zapato: La expresión ha sido sacada de un simpático cuento castellano protagonizado por un cura y un zapatero. Este último, muy apesadumbrado, fue a visitar al párroco para contarle que quería separarse de su mujer. En un intento de disuadirlo, el cura comenzó a relatarle las cualidades de su esposa: “Es bella, es buena cocinera, es una cristiana modelo…” Entonces, el zapatero mostró sus zapatos al cura, y le dijo: ¿Qué le parece este par? El párroco respondió: “Me parecen unos hermosos zapatos, hechos con una piel muy buena y parecen cómodos”. Y el artesano replicó: “Así es, padre, pero usted no puede saber dónde me aprietan”. La frase ha quedado para ser utilizada cuando se descubre el punto débil de una persona, o algo que le molesta o duele sobremanera.
Andar de capa caída: Estar desanimado, abatido, como quien no se preocupa en aparecer aliñado, bien vestido. En la época en que los hombres usaban capa, tenerla caída hacia un costado, era síntoma de mal gusto. Por extensión, se usó la frase para aplicarla en quien se mostraba desesperanzado.
Armado hasta los dientes: Estar alguien excesivamente armado, tanto que lleva armas incluso en los dientes, a la manera de los antiguos piratas y corsarios que, durante el abordaje a las naves enemigas, y para tener las manos libres, llevaban puñales en la boca.
Armarse el tole tole: Expresión utilizada para indicar que un conflicto alcanza un importante grado de confusión, sobre todo cuando se trata de alboroto popular. El origen del dicho sería el desorden provocado por los judíos ante Poncio Pilatos, pidiéndole que crucificara a Jesús, gritando “¡Tolle, tolle, crucifige eum!” (“¡Quítalo, quítalo, crucifícalo”!).
Armarse la de Dios es Cristo: De este modo se expresa el desencadenamiento de un gran escándalo donde todos los participantes gritan y ninguno se entiende. La mayoría de los autores coincide en afirmar que la frase proviene de las controversias y violentos enfrentamientos surgidos en el transcurso del primer concilio ecuménico de Nicea, al discutirse la doble naturaleza, humana y divina, de Jesucristo.
Iniciado en el año 325 bajo el pontificado de Silvestre I, el concilio fue presidido por el obispo de Córdoba, con la presencia del emperador Constantino. Éste había promovido su celebración para resolver la crisis desatada dentro de la Iglesia por los defensores del arrianismo. Mientras que para los católicos el Verbo, Hijo de Dios, es verdaderamente Dios, lo mismo que el Padre, para el heresiarca griego Arrio el Verbo sólo posee una divinidad secundaria. Dicho de otro modo, que el Verbo no es realmente Dios eterno, infinito y todopoderoso.
Armarse la de San Quintín: Formarse una gran riña entre varias personas. La comparación surge con la batalla de San Quintín (10 de agosto de 1557) festividad de San Lorenzo, por la que los españoles aniquilaron a los franceses, aun a costa de grandes bajas.
Armarse la marimorena: Describe una gran algarabía, o, mucho alboroto, con disputas, reyertas, voces y golpes. Es común explicar esta expresión de acuerdo con la pretendida historia de una mesonera llamada María, o María Morena. Tabernera de fuerte carácter, regañona y amiga de pendencias. Esta historia sugiere que a mediados del siglo XVI había una taberna en Madrid regentada por esta mujer y su esposo, un tal Alonso de Zayas. Estos mesoneros guardaban el mejor vino para sus clientes distinguidos y ofrecían el de menos calidad al vulgo. En cierta ocasión parece que los clientes se enfadaron y quisieron probar el vino bueno, a lo que la fornida mesonera se negó en redondo. La disputa fue tan fenomenal que no quedó mesa sana ni silla en que sentarse, y los golpes y las puñadas se repartieron con tanto ímpetu que sólo la llegada de los alguaciles pudo disolver la cuestión. La fama de aquella trifulca prosperó y por esta razón se habla hoy de esta mesonera. Ahora bien, a la mayoría de las taberneras y venteras de aquella época se las llamaba María, (como Maritornes) y es el nombre tópico de las mozas de las posadas, también. Acostumbradas al trasiego de huéspedes y viajeros, estas mozas (asturianas, muchas veces) solían envolverse en disputas y querellas con los hombres cargados de vino y con pocos escrúpulos. La expresión, por tanto, bien puede hacer referencia a la esposa de Alonso de Zayas, o a cualquier otra, dado que Marías eran todas o casi todas las taberneras, y “morena” es la forma típica de llamar a una moza española.
Aunque la mona se vista de seda, mona se queda: Habla de la condición natural de las personas que, por más que traten de disfrazar su actitud, no logran despojarse de sus características. La frase está tomada de la fábula XXVII del escritor español Tomás de Iriarte.
Apaga y vámonos: Para explicar el origen de este dicho, debemos relatar un original desafío sostenido hace siglos por dos sacerdotes del pueblo de Pitres, en Granada. Sucede que ambos clérigos eran aspirantes a una capellanía castrense y decidieron un día apostar a cuál de los dos sería el que dijese la misa más rápidamente, es decir, en menos tiempo. Una vez dispuesto el día de realización del original “duelo”, el primero de ellos subió  al altar y dijo: “Ite, misa est”, forma que hoy equivale a lo que los sacerdotes católicos expresan cuando dicen: “Hemos celebrado la Misa. Podéis ir en paz”. El segundo, que ya veía que su contrincante había sacado ventaja, dudó un instante, giró, miró a su monaguillo y le dijo: Apaga y vámonos, con lo que a nadie le quedó duda de que su “misa” había sido la más breve. En la actualidad, suele usarse este dicho para dar a entender que en cierto lugar nada queda por hacer y está todo terminado. Entre nosotros, circula la variante que el último apague la luz con un valor diferente y quizás algo más apocalíptico.
Así me las den todas: El origen de este dicho está basado en un hecho muy directamente relacionado con el accionar de la Ley y la Justicia. Cuentan que un alguacil, por orden del juez, fue una vez a ejecutar un mandamiento. Sin embargo, las cosas se le complicaron: en lugar de cobrar la multa que pretendía, sólo recibió como pago dos sonoras bofetadas. De regreso ante su superior y confiando en mover la cólera del juez contra el agresor, relató ante aquel lo sucedido y acabó por decir que los bofetones, en realidad, se los habían dado a él, al señor juez en su propia cara, debido a que no habían querido acatar la orden por él dictada. El juez -hombre de buen humor, sin dudas- lo escuchó pacientemente y le respondió: “Cierto… pero así me las den todas, como queriendo decir que, de esa manera, no tenía inconveniente en “cobrar una paliza”. Si bien el dicho no es muy usado en la actualidad, suele usárselo irónicamente, para dar a entender que algo nos es indiferente, sobre todo si se trata de males o desgracias ajenas.
Atar los bártulos: ¡Cuántas veces habremos mencionado los bártulos, sin saber realmente a qué clase de elemento aludíamos!. En realidad, Bártulo o Bártolo de Sasso-Ferrato (que posteriormente dio origen al popular nombre Bartolo) fue un eminente jurisconsulto italiano que vivió en la baja Edad Media, profesor de Derecho en las universidades de Pisa, Bolonia, Padua y Perusa y cuyas obras -contenidas en trece volúmenes- sirvieron de base de estudio durante tres siglos a los alumnos de Derecho de toda Europa. Los estudiantes españoles tomaban nota de las obras del ilustre tratadista y, una vez concluida la clase, ataban los apuntes por medio de cintas o correas. Al conjunto de estos apuntes se los conocía familiarmente por el nombre de bártulos, de donde, en la jerga estudiantil, la tarea de reagruparlos y atarlos una vez utilizados, dio origen a la expresión atar (o liar) los bártulos. Así, por extensión, el dicho terminó por aplicarse también a toda disposición o preparativo que, por lo general, hace referencia a una mudanza, cambio de domicilio o traslado de utensilios.
Atar los perros con longaniza: Este dicho nos remonta a los principios del siglo XIX, más precisamente al pueblo salmantino de Candelario, cercano a la ciudad de Béjar, famoso por la calidad de sus embutidos, en el que vivía un afamado elaborador de chorizos llamado Constantino Rico, alias el choricero, cuya figura sería inmortalizada por el artista Bayeu en un famoso tapiz que hoy se exhibe en el Palacio El Pardo. Este buen hombre tenía instalada la factoría en la que trabajaban varias obreras en los bajos de su propia casa y en una oportunidad, una de éstas, apremiada por las circunstancias, tuvo la peregrina idea de atar a un perrito faldero a la pata de un banco, usando a manera de soga, una ristra de longanizas. Al poco tiempo, entró un muchacho -hijo de otra operaria- a dar un recado a su madre y presenció con estupor la escena e inmediatamente se encargó de divulgar la noticia de que en casa del tío Rico se atan los perros con longaniza. La expresión, no hace falta decirlo, tuvo inmediata aceptación en el pueblo y desde entonces, se hizo sinónimo de exageración en la demostración de la opulencia y el derroche.

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