A cada cerdo le llega su sanmartín:
 No hay persona a la que no le llegue el momento de padecimiento. El 
origen de este proverbio tiene relación con la fecha del 11 de 
noviembre, día en que se celebra la festividad de San Martín de Tours, 
taumaturgo y milagrero francés, elegido por sorteo patrono de la ciudad 
de Buenos Aires. Ese día, con motivo de la celebración, la tradición 
indicaba que se comiera cerdo. Otra versión, afirma que «sanmartín» era 
el nombre dado a cierto cuchillo que se usaba para trocear a los cerdos.
 En cualquiera de los casos, la palabra “sanmartín” se escribe con 
minúscula inicial por tratarse de un sustantivo común y así aparece en 
todos los diccionarios.
A río revuelto, ganancia de pescadores: Cuando se 
viven momentos de inquietud y zozobra, siempre hay alguien que se 
beneficia. La expresión reproduce la situación real de los pescadores 
que, cuando comprueban que el agua produce movimientos bruscos, saben 
que se les facilitará la pesca.
¡Adelante con los faroles!: Originariamente, la 
expresión completa habría sido ¡Adelante con los faroles, que atrás 
vienen los cargadores!, al parecer, relacionada con las antiguas 
procesiones religiosas, en las que era usada a manera de estímulo para 
que los encargados de transportar faroles, antorchas y cirios -que 
precedían a los que llevaban las imágenes (cargadores)- no cejaran en su
 esfuerzo.
Ahí le aprieta el zapato: La expresión ha sido 
sacada de un simpático cuento castellano protagonizado por un cura y un 
zapatero. Este último, muy apesadumbrado, fue a visitar al párroco para 
contarle que quería separarse de su mujer. En un intento de disuadirlo, 
el cura comenzó a relatarle las cualidades de su esposa: “Es bella, es 
buena cocinera, es una cristiana modelo…” Entonces, el zapatero mostró 
sus zapatos al cura, y le dijo: ¿Qué le parece este par? El párroco 
respondió: “Me parecen unos hermosos zapatos, hechos con una piel muy 
buena y parecen cómodos”. Y el artesano replicó: “Así es, padre, pero 
usted no puede saber dónde me aprietan”. La frase ha quedado para ser 
utilizada cuando se descubre el punto débil de una persona, o algo que 
le molesta o duele sobremanera.
Andar de capa caída: Estar desanimado, abatido, como
 quien no se preocupa en aparecer aliñado, bien vestido. En la época en 
que los hombres usaban capa, tenerla caída hacia un costado, era síntoma
 de mal gusto. Por extensión, se usó la frase para aplicarla en quien se
 mostraba desesperanzado.
Armado hasta los dientes: Estar alguien 
excesivamente armado, tanto que lleva armas incluso en los dientes, a la
 manera de los antiguos piratas y corsarios que, durante el abordaje a 
las naves enemigas, y para tener las manos libres, llevaban puñales en 
la boca.
Armarse el tole tole: Expresión utilizada para 
indicar que un conflicto alcanza un importante grado de confusión, sobre
 todo cuando se trata de alboroto popular. El origen del dicho sería el 
desorden provocado por los judíos ante Poncio Pilatos, pidiéndole que 
crucificara a Jesús, gritando “¡Tolle, tolle, crucifige eum!” 
(“¡Quítalo, quítalo, crucifícalo”!).
Armarse la de Dios es Cristo: De este modo se 
expresa el desencadenamiento de un gran escándalo donde todos los 
participantes gritan y ninguno se entiende. La mayoría de los autores 
coincide en afirmar que la frase proviene de las controversias y 
violentos enfrentamientos surgidos en el transcurso del primer concilio 
ecuménico de Nicea, al discutirse la doble naturaleza, humana y divina, 
de Jesucristo.
Iniciado en el año 325 bajo el pontificado de Silvestre I, el 
concilio fue presidido por el obispo de Córdoba, con la presencia del 
emperador Constantino. Éste había promovido su celebración para resolver
 la crisis desatada dentro de la Iglesia por los defensores del 
arrianismo. Mientras que para los católicos el Verbo, Hijo de Dios, es 
verdaderamente Dios, lo mismo que el Padre, para el heresiarca griego 
Arrio el Verbo sólo posee una divinidad secundaria. Dicho de otro modo, 
que el Verbo no es realmente Dios eterno, infinito y todopoderoso.
Armarse la de San Quintín: Formarse una gran riña 
entre varias personas. La comparación surge con la batalla de San 
Quintín (10 de agosto de 1557) festividad de San Lorenzo, por la que los
 españoles aniquilaron a los franceses, aun a costa de grandes bajas.
Armarse la marimorena: Describe una gran algarabía, 
o, mucho alboroto, con disputas, reyertas, voces y golpes. Es común 
explicar esta expresión de acuerdo con la pretendida historia de una 
mesonera llamada María, o María Morena. Tabernera de fuerte carácter, 
regañona y amiga de pendencias. Esta historia sugiere que a mediados del
 siglo XVI había una taberna en Madrid regentada por esta mujer y su 
esposo, un tal Alonso de Zayas. Estos mesoneros guardaban el mejor vino 
para sus clientes distinguidos y ofrecían el de menos calidad al vulgo. 
En cierta ocasión parece que los clientes se enfadaron y quisieron 
probar el vino bueno, a lo que la fornida mesonera se negó en redondo. 
La disputa fue tan fenomenal que no quedó mesa sana ni silla en que 
sentarse, y los golpes y las puñadas se repartieron con tanto ímpetu que
 sólo la llegada de los alguaciles pudo disolver la cuestión. La fama de
 aquella trifulca prosperó y por esta razón se habla hoy de esta 
mesonera. Ahora bien, a la mayoría de las taberneras y venteras de 
aquella época se las llamaba María, (como Maritornes) y es el nombre 
tópico de las mozas de las posadas, también. Acostumbradas al trasiego 
de huéspedes y viajeros, estas mozas (asturianas, muchas veces) solían 
envolverse en disputas y querellas con los hombres cargados de vino y 
con pocos escrúpulos. La expresión, por tanto, bien puede hacer 
referencia a la esposa de Alonso de Zayas, o a cualquier otra, dado que 
Marías eran todas o casi todas las taberneras, y “morena” es la forma 
típica de llamar a una moza española.
Aunque la mona se vista de seda, mona se queda: 
Habla de la condición natural de las personas que, por más que traten de
 disfrazar su actitud, no logran despojarse de sus características. La 
frase está tomada de la fábula XXVII del escritor español Tomás de 
Iriarte.
Apaga y vámonos: Para explicar el origen de este 
dicho, debemos relatar un original desafío sostenido hace siglos por dos
 sacerdotes del pueblo de Pitres, en Granada. Sucede que ambos clérigos 
eran aspirantes a una capellanía castrense y decidieron un día apostar a
 cuál de los dos sería el que dijese la misa más rápidamente, es decir, 
en menos tiempo. Una vez dispuesto el día de realización del original 
“duelo”, el primero de ellos subió  al altar y dijo: “Ite, misa est”, 
forma que hoy equivale a lo que los sacerdotes católicos expresan cuando
 dicen: “Hemos celebrado la Misa. Podéis ir en paz”. El segundo, que ya 
veía que su contrincante había sacado ventaja, dudó un instante, giró, 
miró a su monaguillo y le dijo: Apaga y vámonos, con lo que a nadie le 
quedó duda de que su “misa” había sido la más breve. En la actualidad, 
suele usarse este dicho para dar a entender que en cierto lugar nada 
queda por hacer y está todo terminado. Entre nosotros, circula la 
variante que el último apague la luz con un valor diferente y quizás 
algo más apocalíptico.
Así me las den todas: El origen de este dicho está 
basado en un hecho muy directamente relacionado con el accionar de la 
Ley y la Justicia. Cuentan que un alguacil, por orden del juez, fue una 
vez a ejecutar un mandamiento. Sin embargo, las cosas se le complicaron:
 en lugar de cobrar la multa que pretendía, sólo recibió como pago dos 
sonoras bofetadas. De regreso ante su superior y confiando en mover la 
cólera del juez contra el agresor, relató ante aquel lo sucedido y acabó
 por decir que los bofetones, en realidad, se los habían dado a él, al 
señor juez en su propia cara, debido a que no habían querido acatar la 
orden por él dictada. El juez -hombre de buen humor, sin dudas- lo 
escuchó pacientemente y le respondió: “Cierto… pero así me las den 
todas, como queriendo decir que, de esa manera, no tenía inconveniente 
en “cobrar una paliza”. Si bien el dicho no es muy usado en la 
actualidad, suele usárselo irónicamente, para dar a entender que algo 
nos es indiferente, sobre todo si se trata de males o desgracias ajenas.
Atar los bártulos: ¡Cuántas veces habremos 
mencionado los bártulos, sin saber realmente a qué clase de elemento 
aludíamos!. En realidad, Bártulo o Bártolo de Sasso-Ferrato (que 
posteriormente dio origen al popular nombre Bartolo) fue un eminente 
jurisconsulto italiano que vivió en la baja Edad Media, profesor de 
Derecho en las universidades de Pisa, Bolonia, Padua y Perusa y cuyas 
obras -contenidas en trece volúmenes- sirvieron de base de estudio 
durante tres siglos a los alumnos de Derecho de toda Europa. Los 
estudiantes españoles tomaban nota de las obras del ilustre tratadista 
y, una vez concluida la clase, ataban los apuntes por medio de cintas o 
correas. Al conjunto de estos apuntes se los conocía familiarmente por 
el nombre de bártulos, de donde, en la jerga estudiantil, la tarea de 
reagruparlos y atarlos una vez utilizados, dio origen a la expresión 
atar (o liar) los bártulos. Así, por extensión, el dicho terminó por 
aplicarse también a toda disposición o preparativo que, por lo general, 
hace referencia a una mudanza, cambio de domicilio o traslado de 
utensilios.
Atar los perros con longaniza: Este dicho nos 
remonta a los principios del siglo XIX, más precisamente al pueblo 
salmantino de Candelario, cercano a la ciudad de Béjar, famoso por la 
calidad de sus embutidos, en el que vivía un afamado elaborador de 
chorizos llamado Constantino Rico, alias el choricero, cuya figura sería
 inmortalizada por el artista Bayeu en un famoso tapiz que hoy se exhibe
 en el Palacio El Pardo. Este buen hombre tenía instalada la factoría en
 la que trabajaban varias obreras en los bajos de su propia casa y en 
una oportunidad, una de éstas, apremiada por las circunstancias, tuvo la
 peregrina idea de atar a un perrito faldero a la pata de un banco, 
usando a manera de soga, una ristra de longanizas. Al poco tiempo, entró
 un muchacho -hijo de otra operaria- a dar un recado a su madre y 
presenció con estupor la escena e inmediatamente se encargó de divulgar 
la noticia de que en casa del tío Rico se atan los perros con longaniza.
 La expresión, no hace falta decirlo, tuvo inmediata aceptación en el 
pueblo y desde entonces, se hizo sinónimo de exageración en la 
demostración de la opulencia y el derroche.








 
 
