En Historia mínima del siglo XX, su autor, John Lukacs, que menciona en varias ocasiones a lo largo del libro la necesidad de concisión del encargo, no tiene sin embargo reparo alguno en ser personal, y hasta en desdeñar la exigencia de objetividad de su relato, como cuando habla de la voluntad divina de extender la democracia, o dice de Fidel Castro que siempre se mantuvo física y mentalmente enfermo.
La historia es, según Lukacs, el registro y la memoria de la humanidad. Y ese registro no lo llevan a cabo ni el protagonista, ni el testigo. Lo llevan a cabo los historiadores. Quedan los documentos generados por el propio hecho, pero al fin y al cabo, son ellos quienes dan forma a todo ese cúmulo de recuerdos, memorándum, discursos y demás registros.